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Idea para incluir en una película sin tener un pretexto más que la belleza de la imagen

A esta chica la encontré en el internet, no es la del relato.
Como dije ayer, voy a relatar lo que vi en un bus una vez y que se me quedó un poco grabado en la memoria, sin que llegue a significar nada. Primero, para ponerles en situación —no sé si se dice así—, les cuento que estaba saliendo de la casa de la Carmenlou y, con bastante suerte, pasó un bus y me subí. Digo que con bastante suerte porque a esa hora (tipo ocho de la mañana) los buses suelen pasar llenos y no paran aunque les haga todas las señas del mundo. Bueno, iba yo subiendo desde Guápulo hasta el redondel del Coliseo Rumiñahui por ese camino sinuoso y lento, con adoquinado y asfalto maltratado, dando tumbos como algún tipo de títere sentado sobre la tapa del motor, cuando me fijé en un par de personas que iban también en el ya antes mencionado bus (de esos verdes, incómodos, pequeños, donde la gente va apiñada y hasta colgada de las ventanas). Esto es lo que vi:

De pie, apretujada en el pasillo estrecho, flanqueada por asientos mugrosos y llena de la respiración matinal de los pasajeros, estaba una chica de unos 21 años, más o menos –perfectamente puede haber tenido muchos más (o menos), siempre he sido un poco pésimo para calcular la edad de la gente– seguramente con rumbo a sus clases de la universidad. Con su mochila colgada sobre su pecho parecía ocupar un poco más de espacio del que hubiera querido, porque resultaba realmente incómodo darle paso a quien intentaba salir. Una blusa sin mangas de tela realmente delgada en la espalda y un blue jean –creo– le daban un look que iba muy bien con el verano, aunque hay que reconocer que, más que otras veces, el verano nos resultó un poco lluvioso este año –porque esto pasó este año–. Parecía un poco enfadada, como si se hubiera sentido incómoda con el trajín, con las miradas y con el calor.

El bus se movía bastante. Entró en una curva un poco más rápido, quizás, de lo que debió y los pasajeros nos movimos bruscamente hacia un costado. Ese movimiento dejó un hueco en el pasillo, un espacio por el que pude ver a un tipo sentado al fondo, un hombre joven que aparentaba unos 25 años, más o menos, y que probablemente también iba a la universidad –bien podía haber estado yendo a trabajar, pero ese detalle no nos preocupa demasiado–. Por este resquicio que generó la fuerza centrífuga pude descubrir la mirada casi enamorada con la que este chico miraba a la chica.

Como el camino que sube a la civilización está lleno de curvas, el fenómeno se repitió algunas veces. Todos nos movíamos a un lado y a otro y, durante algunos segundos, pude ver que sus ojos la buscaban, la encontraban y se detenían en ella casi con devoción. Cada cambio de dirección causaba que la luz entre también de formas diferentes. En ciertos ángulos, los rayos pasaban por entre la vegetación de fuera, por sobre las cabezas de quienes viajaban sentados, y llegaban hasta ella. La luz cruzaba sin dificultad el velo que cubría su espalda y la revelaba ante los ojos atentos que podían contemplar su piel, algún lunar, la curvatura de la espalda y hasta el ligero vello que la cubría y que resaltaba con el efecto de la contraluz.

Me di cuenta que todo lo que estaba viendo yo hubiera resultado como la visión del Paraíso para el tipo del fondo, y que desde donde él estaba era imposible que pudiera descubrir los detalles que descaradamente se mostraban ante mis ojos. Sentí deseos de cambiar de puesto con él. Sólo hubiera sido una buena acción para un día que empezó muy bien.

Comentarios

  1. ¿Crees que ella estaba molesta porque la estaba mirando tanto ese chico?

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    Respuestas
    1. No me pareció. Daba la impresión de no haber notado siquiera la existencia de ese chico.

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  2. Y, ahora que me acuerdo, vi otra cosa de esas que podría incluir en un próximo post...

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Escriban, que yo no dejé a nadie...

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