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Mostrando las entradas de noviembre, 2006

Las prefiero con lentes

¿Que por qué me gustan las mujeres con lentes? Pues no lo sé... sólo sé que, aunque una chica me parezca guapísima, me parecerá más guapa aun si la veo con lentes. Depende también del tipo de lentes -porque hay unos que no tienen nada que ver con nada- y del tipo de mujer -porque a algunitas ni los lentes más perfectos les salvan-; en resumen, las mujeres con lentes atrapan mi mirada, y suele pasar que no las puedo dejar de mirar. Después del caso de la parada de bus aquella vez, me sentí inmortal, bien y mal. Cuando vuelvo a verla con lentes pierdo y gano algo, pero me quedo igual, sin un “que te vaya bien” ni un beso ni nada, y seguimos nuestro camino como lo que somos, como dos extraños, aunque yo pueda dibujar su cara de memoria en la oscuridad, siempre con lentes... Yo la prefiero con lentes. Ella me prefiere lejos.

Otra de esas llamadas...

Quiéralo o no, cuando me llaman a decir que me van a matar, me quedo pensando un poco en ello. ¿Quién querría matarme? Puede ser que tenga muchos más enemigos de los que me imagino o que, sin querer, me interpuse en un plan para conquistar el mundo y ahora una venganza recae sobre mí o que Dios -o el Diablo- necesitan desesperadamente que alguien haga lo que hago mejor y me mandaron a llamar o que uno de los tantos imbéciles a los que insulto silenciosamente en la calle se haya percatado que tengo razón respecto a él y ahora quiere acallar a quien sabe la verdad... quién sabe. Se baraja incluso la hipótesis de que sea un marido o novio celoso, pero esos casos me dejaron de ser aplicables hace tiempo... Si es un bounty hunter el que viene por mí, espero que cobre lo suficiente como para jubilarse. Hagamos una cosa: dame un tiempo para darme un tiempo, para grabar ese disco que quise grabar, para terminar ese libro que comencé, para encontrar a esa doctora que me atendió o acercarm

Lo malo de los sabores

Lo malo de los sabores es que se me quedan más de lo que quiero... o se me van antes de lo esperado. Hubo un sabor que, al comienzo, se me guardó en las papilas gustativas y casi podía recurrir a él -más bien debería decir a ella-, literalmente, a placer. Un poco de esfuerzo bastaba para paladear largamente el misterio de esa miel sin necesidad de volver a probarla. Después, como todo, se desvanecía y me obligaba a volver a la fuente para recargarme, cosa que no era ningún sacrificio para mí. Pero las recargas empezaban a durar cada día menos. Ahora que esa puerta se cerró para mí, sufro ataques repentinos del fantasma que dejó, entre otras cosas, el sabor. Vuelve de vez en cuando, violento y casi vengativo, con voluntad propia, a robarme la tranquilidad, a despertarme a media noche e incluso a sacarme de la dolorosa agonía de la soledad en una cama de hospital. Pese a la adicción que causó -o gracias a ello- puedo ver que la importancia de un sabor es mucho mayor de lo que