Sensaciones olvidadas que, de un día para otro, renacen y se quedan como si nunca se hubieran ido. Como una canción que amaste y que, casi sin darte cuenta, dejaste de escucharla y la archivaste en la memoria, pero que regresa vengativa en la emisora más escondida y la escuchas justo cuando vas en un taxi. Como el boleto de lotería ganador que compraste una vez sin que te hayas molestado en chequear los resultados de ese sorteo, que espera paciente en el fondo de un cajón y sale en medio de la mudanza, llevando su número directo a la web de Lotería Nacional y te detiene el corazón -no como quisieras- al ver coincidir cada dígito. Como la salida con los amigos, justo cuando no tenías ganas de salir pero ellos molestaron tanto que acabaste accediendo, la mesa del bar y las miradas que se cruzan con la chica más guapa del lugar, quien al final de la noche te da su número para que la invites a salir. Como el regreso del gatito que creías perdido, maltrecho pero ronroneante, adolorido y mue