Así terminamos las eliminatorias. |
Aunque hubo un rato en el que parecía
que todo iba a estar muy fácil, aunque hubo otro rato en el que parecía que no
lo lograríamos, aunque hubo un rato en el que todo dejó de importar, ahora la
espera y el sufrimiento terminaron y, con una derrota bastante intrascendente en
el Nacional de Santiago (y tras una victoria por la mínima de los orientales en
el clásico del Río de la Plata) nos metimos como cuartos en las eliminatorias para
Brasil 2014.
Pese a estar ya ahí, no se siente
lo de las veces pasadas, sobre todo lo de la primera. Ese día bajé a ver el
partido en la casa del Carlitos Andrés entre cervezas, cositas de picar,
gritos, emoción y todo lo demás. Mucho nerviosismo, y la cosa se puso peor
después del penal que ejecutó a la perfección el malogrado Darío Silva. Para el
segundo tiempo, más allá de algún susto, la impaciencia mataba más a quienes
estábamos frente a la tele que a los jugadores. En una gran jugada, Aguinaga
burló la marcación de un uruguayo y puso la bola en la cabeza de Kaviedes, para
que el flaco no tenga que hacer nada más que desviarla y mandarla al fondo del
arco de Carini –pobre Carini, en dónde fue a caer últimamente– y ya, eso fue
todo. Al final del partido salimos a la calle a beber, a abrazarnos con la
gente y a caminar entre una manada de ebrios eufóricos que festejaban nuestra
primera clasificación al mundial mientras unos ojos me seguían entre la
multitud.
Ayer no tomé ni siquiera una
cerveza.
Hay algo que no cuadra en esta
clasificación. El equipo no transmite esa confianza de años anteriores, la
altura de la defensa no sirve de nada si todo el mundo nos gana cuando es hora
de saltar a cabecear, la furia y potencia de nuestros delanteros desaparece
cuando dejamos la cancha del Atahualpa, y Valencia solito no puede hacer todo.
Y, lo peor de todo, es que ese Rueda da la impresión de no tener idea de lo qué
está haciendo frente a la selección. Cierto es que suele dar la cara cuando las
cosas no andan bien –demasiado seguido para el gusto de la afición– y que fue
él quien nos guió hasta el mundial, pero el fútbol es algo más que obtener
resultados: es pasión.
Después de haber jugado dos
mundiales –y de estar ya demasiado acostumbrados a ser el hazmerreír de la Copa
América– sabemos que, en ese tipo de competiciones tan cortas, lo único que
sirve es ganar. Lo malo es que sólo ganamos de locales, y ni siquiera siempre. Cuando
vamos de visita no le ganamos ni a Venezuela ni a Bolivia ni a nadie. Si uno
busca en nuestro historial de las dos últimas eliminatorias –y de las de antes
también– se dará cuenta del pequeñísimo porcentaje de puntos que hemos sacado
afuera.
¿La solución para evitar la
catástrofe en Brasil? O nos hacemos buenos y aprendemos a jugar, o perdemos el
miedo y nos decidimos a ganarle al resto, o de una tomamos al mundial como un “banco
de pruebas” como hace cada director técnico idiota con cada Copa América y
esperamos que en el 2018 nos vaya mejor.
Había un par de comentarios aquí pero se borraron cuando desactivé la estupidez esa de enlazar el blog a Google+... Pero bueno, creo que fue lo mejor. ¡Pero quiero mis comentarios de vuelta!
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