Buena versión del Perro Andaluz, obra del Burricornio |
Como algunos sabrán, soy un ciborg.
Tengo un ojo ciborg y eso me convierte en un ciborg. No me parezco mucho al tipo
de Tetsuo, the iron man, pero igual. Es como estar muerto: uno está o no está,
pero no está en algún punto intermedio. Así, yo soy un ciborg y punto. Desde
aquel accidente que tuve mientras River le ganaba a Barcelona en el Modelo por la semifinal de la Libertadores ’86, dejé de ver bien con mi ojo izquierdo. Me
operaron por la catarata traumática resultante, me sacaron el cristalino y tuve
que usar lente de contacto durante un tiempo. Bueno, la verdad es que tendría
que haber usado el lente toda la vida, pero resulté ser un poco alérgico, no
podía ni ponérmelo ni quitármelo y no soportaba tenerlo dentro de mi ojo... era
como tener una piedra dentro. Así que dejé de usarlo. Muchos años después –creo
que fue en el 2004– me volvieron a operar y, esa vez, me pusieron un lente
intraocular. Un objeto extraño colocado quirúrgicamente dentro de mi cuerpo. O
sea, un ciborg.
Y desde ahí soy un ciborg.
Pero ¿qué tanto puede resistir el
organismo con un objeto extraño en su interior? Tengo una mina de lapicero
clavada en el anular derecho desde el siglo pasado. Muy rara vez me duele –sólo
cuando algo pequeño me apachurra justo ahí– y casi nunca me acuerdo que está. Supongo que será de carbón o algo así, no tengo idea de qué están hechas
esas cosas, y creo firmemente que debe ser algún tipo de material biodegradable
que terminará absorbido por mi piel, mis músculos, todo mi dedo. No creo que
pase lo mismo con el lente, que debe ser de algún tipo de plástico, que debe estar fabricado para evitar que eso pase, y que a
veces lo siento como una amenaza contra mi integridad física.
A veces tengo molestias y me
parece normal. Tengo algo metido dentro de ese globo hipersensible y frágil,
algo extraño, fabricado por el ser humano. Algo que no debería estar ahí. ¿Se
sentirán igual las personas que tienen un marcapasos, una prótesis, uno de esos
como piercings que se ponen debajo de la piel, cuyo nombre no me viene a la
cabeza? Talvez no, porque no están dentro del ojo.
Para mí, el ojo siempre ha sido
el lugar más frágil, más fácil de dañarse por cualquier cosita, cualquier
contacto. Si tienes algo externo metido en el corazón, puede que sea más fácil
que te mueras, pero no creo que sea tan fácil que te lastimes con eso.
Y así, a veces, con la mirada
cansada después de un largo día de trabajo, computadora, televisión, libros o
kindle, smog y sueño, presiento que ese ojo invadido se me terminará cayendo.
Eso, o me lo tendrán que sacar para evitar que me pase algo peor. Qué terrible
andar pensando algo como esto, pero es así la cosa, es eso lo que siento y
es un miedo real que me ataca muy de vez en cuando. Y si es “muy de vez en
cuando” es porque existe.
Falta mucho para que eso pase –si
es que pasa– o para que pasen otras cosas. Si ese día llega, intentaré mantener
mi otro ojo en buenas condiciones y buscar un parche -siempre debajo de mis lentes- que me oculte la tristeza,
como a James Joyce... porque no sé si mi ojo restante pueda sonreír como el de
María de Villota...
Sería mi única similitud con Joyce... |
Mismo problema del post pasado: para librarme de los malditos comentarios enlazados a Google+ (cometí el error de entrar a probar qué era esa bazofia) tuve que perder el par de comentarios que ya había aquí. Ni modo...
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