Puede que haberme quedado dos vueltas más en pista sea suficiente para alcanzar la punta. Mi monoplaza surca el trazado como un tren bala sobre sus rieles, la línea perfecta, al máximo en las curvas sin perder una milésima. Salgo de la parabólica y me enfilo con al acelerador a fondo en la recta principal... Segundos interminables con el motor a mil. Me acerco al semáforo y pienso en el miedito estúpido que me ataca cada vez que paso por aquí -que se cayera el semáforo sobre mí... qué imposible-. Nuevo récord de vuelta. Se enciende una luz en el tablero, es la indicación del equipo. Una vuelta más... una vuelta más y entraré a pits para el tanqueo y el cambio de llantas. No debo fallar... no puedo fallar.
Llego a la variante del Rettifilo, la chicana que alguna vez me resultó rematadamente complicada y que ahora incrementa mi confianza. Entro a 340 y salgo como a 70, pisando los pianos todo lo que mi auto rojo y el reglamento me lo permiten, y dejo atrás la vida que Ronnie Peterson entregó por aquí en el 78. Vuelvo a hundir el pie en el acelerador y vuelo hacia las curvas rápidas. Los nombres de Carlo Chionio, Renzo Colombini y Renato Galtrucco vienen a mi memoria junto con el terrible accidente de moto que les costó la vida hace muchos años. Me voy acercando a la siguiente curva difícil, como tus curvas, y salgo vivo de donde perecieron Renzo Passolino en el 73 y, más adelantito, el único campeón mundial de motociclismo finlandés, Jarno Saarinen, el mismo año. Pero sé que de las otras no saldría ileso... De 330 bajo a 120 para transitar por la variante Della Roggia sin que ningún neumático suelto le cueste la vida a Paolo Gislimberti ni a ningún otro comisario. Concentración... no debo distraerme.
Avanzo, avanzo al límite, voy al límite, tanto así que levanto un poco de tierra al salir de la curva de Lesmo. La temperatura de los neumáticos de esas flechas de plata debe ser casi ideal y puedo adivinar su decisión por sacarle provecho a sus máquinas y no dejarse ganar la posición a falta de más o menos 15 giros. Pero mi Ferrari va tan liviana con lo último de combustible que, si pudiera terminar esta vuelta, el cronómetro se detendría marcando un nuevo récord en el circuito. De séptima bajo a tercera para entrar a la variante Ascari... le pusieron ese nombre porque el pobre Alberto murió aquí en el 55, con sus dos títulos mundiales a cuestas. No quiero que bauticen una curva con mi nombre, pero quiero dejar mi marca en una de tus curvas, amplias y tan imposibles de tomar para mí. A 335 paso entre los fantasmas de las 14 personas que murieron con Wolfang Von Trips cuando en el 61 perdió el control de su Mercedes junto con su vida peleando por el campeonato mundial, y bajo un poco la velocidad y la marcha, sintiendo la fuerza de 3,72G en la parabólica. Dejo atrás el estruendo del último choque de Jochen Rindt, el único campeón mundial post mortem, y vuelvo a apretar el acelerador a fondo hasta poder entrar a los pits... aquí se define todo...
Activo el limitador. Son segundos que me parecen horas. Después de haber estado corriendo como un desalmado por más de una hora, bajando mi tiempo en cada vuelta, ir a 80 por la calle de pits hace que todo se ponga en cámara lenta hasta llegar donde me espera mi equipo. Freno y me detengo con las justas mientras me vuelvo viejo y mis manos sudan por los nervios. Tengo que salir delante de ellos y no dejarme pasar. Sé que sus motores tienen un poco más de potencia que el mío y que será muy difícil poder pasarlos en pista. Ésta es mi oportunidad. Confío ciegamente en mis mecánicos, así que tengo como 7 segundos para relajarme antes de salir a jugarme el título en la pista. Cierro los ojos cuando veo que una mano se acerca a limpiar el visor de mi casco. Y veo tus ojos, ojos de tantos colores, de tantas pestañas, con la mirada llena del odio de antaño y de las lágrimas de hace un tiempo. El auto se mueve un poco por las atenciones que le dan. En segundos salen las llantas usadas, gastadas hasta la inutilización, y calzan los neumáticos reservados para la última parada. Escucho el sonido de las pistolas neumáticas ajustando el perno central en cada rueda y recuerdo el sonido de las palabras que nunca quise escuchar, tu boca pronunciándolas lentamente para que yo pueda entender, con la fingida inocencia de quien sabe lo que dice pero pretende no matar. Como siempre, vuelve a pasar. Qué más da si el corazón ya está roto y se vuelve a romper. Aprieto los puños y me pregunto cuánto tiempo habrá pasado desde que entré a pits... ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos? Demasiado... siempre es demasiado. Siempre que quiero verte y no apareces, busco miles de excusas para pasar cerca de los lugares donde te podría encontrar, hago cosas que te podrían gustar, construyo puentes, viajo a la Luna y escribo canciones sólo para llamar tu atención. Y ahora, hasta intento ser el campeón del mundo. Pero si no gano, puedo ir despidiéndome de mis aspiraciones de gloria. Abro los ojos y puedo ver por el retrovisor a los de la manguera de gasolina que terminan de cargar el combustible. Una media sonrisa se me dibuja en la boca al volver en el tiempo a una vieja gasolinería. Me pregunto si vendrás esta noche a darme sereno aunque haya pasado mucho desde mi cumpleaños. Una promesa es una promesa. Una promesa te pesa como una casa sobre la espalda. Me dan la señal y meto primera, otra sonrisa por uno de nuestros private jokes, y arranco.
Puedo sentir la tensión en el ambiente, todos miran hacia la pista, siguen los datos de la telemetría, calculan cuánto me puedo demorar en salir. Yo maldigo al limitador, paso la señal y obligo al motor a rugir y demostrar toda la potencia de sus caballos de fuerza.
Mis espejos están llenos del gris y negro de los autos rivales. Los pasé... los pasé en pits... Fue un trabajo perfecto y estoy delante cuando ninguno de nosotros tiene que volver a entrar. No escucho los motores porque el grito de los tifosi se eleva por encima de todo como una victoria frente a los elementos. Ahora sólo tengo que mantenerme, por eso me paso un poco del punto de frenada y mantengo la cuerda para evitar adelantamientos en la chicana, justo donde Hakkinen metió primera en vez de tercera y terminó llorando en el bosque. Bloqueo lo justo y salgo como líder, mientras las flechas de plata tienen que extremarse para no chocar entre ellos. Eso les quita un poco de tiempo, me da unos metros de ventaja, más metros, no se acomodan y yo transito sobre las marcas de caucho, más tracción para mí, más velocidad.
La capa asfáltica es un billar, el trazado es perfecto, perfecto como tu piel, la curva de tu espalda con el cabello largo que le cae y la esconde. A 305 kilómetros por hora en la curva Biassono no debería haber tiempo para pensar en esas cosas. No debería pensar en el bosque que rodea al circuito, en ese otro bosque que me llama sin que tú lo sepas. Debo concentrarme, ellos se quedaron atrás, perdieron demasiado tiempo evitando su desastre, pero no podrán evitar que les gane. Acelero con los labios bien apretados... sabes que eso es lo que me destroza los labios y no la falta de besos, como traté de engañarte para obtener alguno. Más velocidad y vuelvo a la variante Della Roggia, la misma curva cerrada, cerrada como están tus ojos para mí. Sobresalto al corazón... no más distracción, me digo al saltar demasiado en uno de los pianos. Acomodo el auto, me acomodo en el asiento y no tengo miedo de volver a pisar a fondo el acelerador. Ya no los veo en los retrovisores, sólo te veo a ti en cada curva, en tu auto con placas que no son de aquí, auto de rally, auto al que me subí para comerte a besos.
Las hojas de algunos árboles se han caído durante la carrera y son como lunares en la pista... muy pocos lunares en comparación con los tuyos. Sin miramientos mantengo la velocidad en Lesmo y acelero al salir de cada extremo de la curva. Con el auto pesado por el repostaje y las llantas que todavía no alcanzan la temperatura que necesito, amplío mi ventaja en milésimas que se hacen décimas en cada nueva curva. Se abrió una brecha y lo tengo todo bajo control, como pensé que tenía lo que siento por ti. ¿Y lo que tú sientes o sentías? Aquí llevo lo que te gusta de mí, lo que odiaste alguna vez, lo que dijiste amar, lo que podrías llegar a adorar, lo que no sabes y lo que no te importa. Soy yo ¿no me ves? ¿no me dices nada? ¿es que no te das cuenta? Dejo al mundo a un lado para que escuches lo que tengo que decirte...
A más de 300 sólo se escucha el desesperado llanto de los frenos en la curva del Serraglio. Desconcentración, estúpida desconcentración la que me causa tu risa burlona. Bloqueo los neumáticos para mantenerme lejos de los rieles, cada vez más cercanos. El golpe seco me deja sin reacción, rebotando de un lado al otro de la pista, destrozando la Ferrari, tus ojos reflejan el susto de que algo malo me pueda pasar, piezas regadas por el piso, una llanta que vuela por los aires y los McLaren que lo esquivan todo y pasan, me pasan, se ponen delante y se van directo a la victoria, a mi derrota.
Sabes que el dolor que tengo va más allá de lo físico. Te preocuparías si me hubiera roto algo, pero te ríes de que esté bien, aunque tenga el corazón destrozado, aunque no sepa dónde ni con quién estás, aunque a ti no te importe.
Game over. Me tiemblan las manos y dejo a un lado el teclado. Apago la computadora y, lleno de recuerdos, hago como Hakkinen y me voy a llorar al bosque.
Llego a la variante del Rettifilo, la chicana que alguna vez me resultó rematadamente complicada y que ahora incrementa mi confianza. Entro a 340 y salgo como a 70, pisando los pianos todo lo que mi auto rojo y el reglamento me lo permiten, y dejo atrás la vida que Ronnie Peterson entregó por aquí en el 78. Vuelvo a hundir el pie en el acelerador y vuelo hacia las curvas rápidas. Los nombres de Carlo Chionio, Renzo Colombini y Renato Galtrucco vienen a mi memoria junto con el terrible accidente de moto que les costó la vida hace muchos años. Me voy acercando a la siguiente curva difícil, como tus curvas, y salgo vivo de donde perecieron Renzo Passolino en el 73 y, más adelantito, el único campeón mundial de motociclismo finlandés, Jarno Saarinen, el mismo año. Pero sé que de las otras no saldría ileso... De 330 bajo a 120 para transitar por la variante Della Roggia sin que ningún neumático suelto le cueste la vida a Paolo Gislimberti ni a ningún otro comisario. Concentración... no debo distraerme.
Avanzo, avanzo al límite, voy al límite, tanto así que levanto un poco de tierra al salir de la curva de Lesmo. La temperatura de los neumáticos de esas flechas de plata debe ser casi ideal y puedo adivinar su decisión por sacarle provecho a sus máquinas y no dejarse ganar la posición a falta de más o menos 15 giros. Pero mi Ferrari va tan liviana con lo último de combustible que, si pudiera terminar esta vuelta, el cronómetro se detendría marcando un nuevo récord en el circuito. De séptima bajo a tercera para entrar a la variante Ascari... le pusieron ese nombre porque el pobre Alberto murió aquí en el 55, con sus dos títulos mundiales a cuestas. No quiero que bauticen una curva con mi nombre, pero quiero dejar mi marca en una de tus curvas, amplias y tan imposibles de tomar para mí. A 335 paso entre los fantasmas de las 14 personas que murieron con Wolfang Von Trips cuando en el 61 perdió el control de su Mercedes junto con su vida peleando por el campeonato mundial, y bajo un poco la velocidad y la marcha, sintiendo la fuerza de 3,72G en la parabólica. Dejo atrás el estruendo del último choque de Jochen Rindt, el único campeón mundial post mortem, y vuelvo a apretar el acelerador a fondo hasta poder entrar a los pits... aquí se define todo...
Activo el limitador. Son segundos que me parecen horas. Después de haber estado corriendo como un desalmado por más de una hora, bajando mi tiempo en cada vuelta, ir a 80 por la calle de pits hace que todo se ponga en cámara lenta hasta llegar donde me espera mi equipo. Freno y me detengo con las justas mientras me vuelvo viejo y mis manos sudan por los nervios. Tengo que salir delante de ellos y no dejarme pasar. Sé que sus motores tienen un poco más de potencia que el mío y que será muy difícil poder pasarlos en pista. Ésta es mi oportunidad. Confío ciegamente en mis mecánicos, así que tengo como 7 segundos para relajarme antes de salir a jugarme el título en la pista. Cierro los ojos cuando veo que una mano se acerca a limpiar el visor de mi casco. Y veo tus ojos, ojos de tantos colores, de tantas pestañas, con la mirada llena del odio de antaño y de las lágrimas de hace un tiempo. El auto se mueve un poco por las atenciones que le dan. En segundos salen las llantas usadas, gastadas hasta la inutilización, y calzan los neumáticos reservados para la última parada. Escucho el sonido de las pistolas neumáticas ajustando el perno central en cada rueda y recuerdo el sonido de las palabras que nunca quise escuchar, tu boca pronunciándolas lentamente para que yo pueda entender, con la fingida inocencia de quien sabe lo que dice pero pretende no matar. Como siempre, vuelve a pasar. Qué más da si el corazón ya está roto y se vuelve a romper. Aprieto los puños y me pregunto cuánto tiempo habrá pasado desde que entré a pits... ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos? Demasiado... siempre es demasiado. Siempre que quiero verte y no apareces, busco miles de excusas para pasar cerca de los lugares donde te podría encontrar, hago cosas que te podrían gustar, construyo puentes, viajo a la Luna y escribo canciones sólo para llamar tu atención. Y ahora, hasta intento ser el campeón del mundo. Pero si no gano, puedo ir despidiéndome de mis aspiraciones de gloria. Abro los ojos y puedo ver por el retrovisor a los de la manguera de gasolina que terminan de cargar el combustible. Una media sonrisa se me dibuja en la boca al volver en el tiempo a una vieja gasolinería. Me pregunto si vendrás esta noche a darme sereno aunque haya pasado mucho desde mi cumpleaños. Una promesa es una promesa. Una promesa te pesa como una casa sobre la espalda. Me dan la señal y meto primera, otra sonrisa por uno de nuestros private jokes, y arranco.
Puedo sentir la tensión en el ambiente, todos miran hacia la pista, siguen los datos de la telemetría, calculan cuánto me puedo demorar en salir. Yo maldigo al limitador, paso la señal y obligo al motor a rugir y demostrar toda la potencia de sus caballos de fuerza.
Mis espejos están llenos del gris y negro de los autos rivales. Los pasé... los pasé en pits... Fue un trabajo perfecto y estoy delante cuando ninguno de nosotros tiene que volver a entrar. No escucho los motores porque el grito de los tifosi se eleva por encima de todo como una victoria frente a los elementos. Ahora sólo tengo que mantenerme, por eso me paso un poco del punto de frenada y mantengo la cuerda para evitar adelantamientos en la chicana, justo donde Hakkinen metió primera en vez de tercera y terminó llorando en el bosque. Bloqueo lo justo y salgo como líder, mientras las flechas de plata tienen que extremarse para no chocar entre ellos. Eso les quita un poco de tiempo, me da unos metros de ventaja, más metros, no se acomodan y yo transito sobre las marcas de caucho, más tracción para mí, más velocidad.
La capa asfáltica es un billar, el trazado es perfecto, perfecto como tu piel, la curva de tu espalda con el cabello largo que le cae y la esconde. A 305 kilómetros por hora en la curva Biassono no debería haber tiempo para pensar en esas cosas. No debería pensar en el bosque que rodea al circuito, en ese otro bosque que me llama sin que tú lo sepas. Debo concentrarme, ellos se quedaron atrás, perdieron demasiado tiempo evitando su desastre, pero no podrán evitar que les gane. Acelero con los labios bien apretados... sabes que eso es lo que me destroza los labios y no la falta de besos, como traté de engañarte para obtener alguno. Más velocidad y vuelvo a la variante Della Roggia, la misma curva cerrada, cerrada como están tus ojos para mí. Sobresalto al corazón... no más distracción, me digo al saltar demasiado en uno de los pianos. Acomodo el auto, me acomodo en el asiento y no tengo miedo de volver a pisar a fondo el acelerador. Ya no los veo en los retrovisores, sólo te veo a ti en cada curva, en tu auto con placas que no son de aquí, auto de rally, auto al que me subí para comerte a besos.
Las hojas de algunos árboles se han caído durante la carrera y son como lunares en la pista... muy pocos lunares en comparación con los tuyos. Sin miramientos mantengo la velocidad en Lesmo y acelero al salir de cada extremo de la curva. Con el auto pesado por el repostaje y las llantas que todavía no alcanzan la temperatura que necesito, amplío mi ventaja en milésimas que se hacen décimas en cada nueva curva. Se abrió una brecha y lo tengo todo bajo control, como pensé que tenía lo que siento por ti. ¿Y lo que tú sientes o sentías? Aquí llevo lo que te gusta de mí, lo que odiaste alguna vez, lo que dijiste amar, lo que podrías llegar a adorar, lo que no sabes y lo que no te importa. Soy yo ¿no me ves? ¿no me dices nada? ¿es que no te das cuenta? Dejo al mundo a un lado para que escuches lo que tengo que decirte...
A más de 300 sólo se escucha el desesperado llanto de los frenos en la curva del Serraglio. Desconcentración, estúpida desconcentración la que me causa tu risa burlona. Bloqueo los neumáticos para mantenerme lejos de los rieles, cada vez más cercanos. El golpe seco me deja sin reacción, rebotando de un lado al otro de la pista, destrozando la Ferrari, tus ojos reflejan el susto de que algo malo me pueda pasar, piezas regadas por el piso, una llanta que vuela por los aires y los McLaren que lo esquivan todo y pasan, me pasan, se ponen delante y se van directo a la victoria, a mi derrota.
Sabes que el dolor que tengo va más allá de lo físico. Te preocuparías si me hubiera roto algo, pero te ríes de que esté bien, aunque tenga el corazón destrozado, aunque no sepa dónde ni con quién estás, aunque a ti no te importe.
Game over. Me tiemblan las manos y dejo a un lado el teclado. Apago la computadora y, lleno de recuerdos, hago como Hakkinen y me voy a llorar al bosque.
Hace muchos años tuve la idea... pero nunca lo escribí. Ahora, enfrentando situaciones muy diferentes pero siempre lo mismo, la escribí. Al comienzo era en Suzuka, pero mejor me fui a Monza porque es el mejor lugar para hacerlo.
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