Quiéralo o no, cuando me llaman a decir que me van a matar, me quedo pensando un poco en ello. ¿Quién querría matarme? Puede ser que tenga muchos más enemigos de los que me imagino o que, sin querer, me interpuse en un plan para conquistar el mundo y ahora una venganza recae sobre mí o que Dios -o el Diablo- necesitan desesperadamente que alguien haga lo que hago mejor y me mandaron a llamar o que uno de los tantos imbéciles a los que insulto silenciosamente en la calle se haya percatado que tengo razón respecto a él y ahora quiere acallar a quien sabe la verdad... quién sabe. Se baraja incluso la hipótesis de que sea un marido o novio celoso, pero esos casos me dejaron de ser aplicables hace tiempo... Si es un bounty hunter el que viene por mí, espero que cobre lo suficiente como para jubilarse.
Hagamos una cosa: dame un tiempo para darme un tiempo, para grabar ese disco que quise grabar, para terminar ese libro que comencé, para encontrar a esa doctora que me atendió o acercarme a esos lentes que me miraron hace tiempo, para gastarme el poco dinero que tengo, para ir a ese concierto al que no puedo faltar y cosas por el estilo. Pero te advierto que eso me va a tomar algunos años...
Uno no puede dejar de sentirse extrañamente importante si recibe una llamada del 084436622 a las 10:23 am del 16 de noviembre de 2006 con una amenaza de muerte.
Y si fue número equivocado, perdón, no me interpondré en el camino de un asesino anónimo.
No sé qué estuvo mejor, si esta llamada o la de los teamos.
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