Las cosas salen de los lugares menos pensados... El otro día me fui a ver La tourneuse de pages y conocí a Déborah François, la protagonista, hermosa mujer dueña de una belleza perturbadora, pese a no ser el tipo de mujer que me gusta -o talvez por eso-, y dueña también de un par de lunares en el cuello. De la película mejor no hablar, así que de una me dedico a lo que salió de la caja de Pandora que se abrió con los lunares.
Fue algo totalmente imprevisto, un disparador escondido en lo recóndito del inconsciente, en la parte prohibida de la memoria... Prohibida porque es el camino directo a la bodega donde se guarda lo que no se debería volver a ver. Estoy exagerando... me gusta recordar algunas de estas cosas que alguna vez fueron letales y premeditadas minas antipersonales que dejaron enterradas ciertas chicas para volarme en pedazos después de su partida -toda mina extermina-. Con el paso del tiempo me he dado cuenta que hasta el más insufrible dolor deja de ser lo que era... qué decir del amor, que no es más fuerte... Pero bueno, vuelvo a lo que decía. Los lunares. No estoy hablando de esos lunares descaradamente sensuales como los de Marilyn (tan reproducido a esta hora), Cindy Crawford o Eva Mendes, sino de esos otros, escondidos, insospechados, como el de la francesa de la película, puesto en el mejor lugar, con la precisión de un pintor renacentista que se toma un día entero para calcular el sitio, el color y el tamaño que debería tener. Esos lunares que, tras abrir algo más que un par de botones, sobresalen en inmejorable contraste sobre la piel blanca y tímida que tiembla al ser explorada. Esos lunares que aparecen orgullosos y altivos cuando la ropa ha empezado a caer, reclamando un beso o una mordida. Al terminar de ver la película no pude dejar de pensar en los lunares del cuello de esa mujer. Claro que no tenía mucho más en que pensar, dada la tan repetida trama de venganza en ciertos thrillers desde hace un tiempo. Y así, casi sin querer, dejé de lado esos lunares y le permití a la memoria que saque del baúl esos otros, antiguos y no tan antiguos, pasados y no tan pasados, y los nuevos y peligrosos. Cerré los ojos y los recreé.
Pude sentarme en el pupitre de atrás de ese ángel y susurrarle, con un poco de soberbia, que ella no puede ver el perfecto lunar que tiene sobre el pabellón de su oído derecho, mientras que yo puedo dedicarme casi exclusivamente a mirarlo mientras desatiendo las clases. Pude agredir con un beso a esos labios, rodeados de pequeñísimos lunares y hacerlos sonreír. Pude asomarme a ese profundo escote durante una caminata por el campus, para seguir con el lunar el ritmo de la respiración de una chica activa, sonriente y preciosa. A ese lunar no lo vi mucho, incluso me empeñaba en mirarle a los ojos a la chica, pero con tan pronunciado escote, el lunar me hacía un guiño para que le preste algo de atención... Pude morder ese llamativo lunar en el borde del hoyuelo en la quijada de esa niña, niña en verdad, que una noche quiso irse conmigo y le dije que sí, y otra noche quiso que me vaya con ella y le dije que no. Pude encontrar el punto secreto, camuflado bajo el espesor de una media nylon que terminaría desgarrando, marcando el camino en sus piernas, cada vez más largas, cada vez más blancas, en ese tiempo cada vez más mías y ahora cada vez más lejanas, ese lunar que hace tiempo me olvidó y que ahora se ríe de mí en mi memoria. Pude esbozar la misma sonrisa de hace años, cuando unas manos inexpertas descubrieron ante mí esos pechos inexplorados, los pechos y el lunar que sorprendí trepando por uno de ellos y que atrapé con mi mano izquierda, más temblorosa que la de ella. Pude bromear con la vecina, tratar de limpiar esa mancha a un lado de su mentón, esa que Dios dibujó con un lapiz de punta afilada, con su pulso infalible, ese tan bien colocado y llamativo. Pude recostarme y deleitarme con las constelaciones más hermosas en la blanca espalda de una mujer, olvidarme del tiempo y contar cada estrella en el pequeño firmamento de su cuerpo, tan infinito, retirando las nubes negras de su envidiable cabellera suelta y salvaje para tener una mejor vista de la perfección de su espalda, capturando con chocolate a las estrellas más grandes, chocolate que no necesité la última vez gracias al delicioso bronceado de su piel caliente.
¿Y mis lunares? ¿Alguna los recordará? ¿Volverán a la mente de la chica que casi me arranca uno de una mordida? Y la chica que hurgó en mí hasta encontrar el más escondido ¿volverá a sonreír si lo recuerda? ¿Será que la que intentó contarlos todos se acuerda cuántos contó? La que me dijo que el de mi ojo parece una lágrima ¿creerá que dejé de llorar?... Tengo mucos lunars como para que nadie los recuerde. Dando y dando, que habrá algunos que he olvidado ya...
Fue algo totalmente imprevisto, un disparador escondido en lo recóndito del inconsciente, en la parte prohibida de la memoria... Prohibida porque es el camino directo a la bodega donde se guarda lo que no se debería volver a ver. Estoy exagerando... me gusta recordar algunas de estas cosas que alguna vez fueron letales y premeditadas minas antipersonales que dejaron enterradas ciertas chicas para volarme en pedazos después de su partida -toda mina extermina-. Con el paso del tiempo me he dado cuenta que hasta el más insufrible dolor deja de ser lo que era... qué decir del amor, que no es más fuerte... Pero bueno, vuelvo a lo que decía. Los lunares. No estoy hablando de esos lunares descaradamente sensuales como los de Marilyn (tan reproducido a esta hora), Cindy Crawford o Eva Mendes, sino de esos otros, escondidos, insospechados, como el de la francesa de la película, puesto en el mejor lugar, con la precisión de un pintor renacentista que se toma un día entero para calcular el sitio, el color y el tamaño que debería tener. Esos lunares que, tras abrir algo más que un par de botones, sobresalen en inmejorable contraste sobre la piel blanca y tímida que tiembla al ser explorada. Esos lunares que aparecen orgullosos y altivos cuando la ropa ha empezado a caer, reclamando un beso o una mordida. Al terminar de ver la película no pude dejar de pensar en los lunares del cuello de esa mujer. Claro que no tenía mucho más en que pensar, dada la tan repetida trama de venganza en ciertos thrillers desde hace un tiempo. Y así, casi sin querer, dejé de lado esos lunares y le permití a la memoria que saque del baúl esos otros, antiguos y no tan antiguos, pasados y no tan pasados, y los nuevos y peligrosos. Cerré los ojos y los recreé.
Pude sentarme en el pupitre de atrás de ese ángel y susurrarle, con un poco de soberbia, que ella no puede ver el perfecto lunar que tiene sobre el pabellón de su oído derecho, mientras que yo puedo dedicarme casi exclusivamente a mirarlo mientras desatiendo las clases. Pude agredir con un beso a esos labios, rodeados de pequeñísimos lunares y hacerlos sonreír. Pude asomarme a ese profundo escote durante una caminata por el campus, para seguir con el lunar el ritmo de la respiración de una chica activa, sonriente y preciosa. A ese lunar no lo vi mucho, incluso me empeñaba en mirarle a los ojos a la chica, pero con tan pronunciado escote, el lunar me hacía un guiño para que le preste algo de atención... Pude morder ese llamativo lunar en el borde del hoyuelo en la quijada de esa niña, niña en verdad, que una noche quiso irse conmigo y le dije que sí, y otra noche quiso que me vaya con ella y le dije que no. Pude encontrar el punto secreto, camuflado bajo el espesor de una media nylon que terminaría desgarrando, marcando el camino en sus piernas, cada vez más largas, cada vez más blancas, en ese tiempo cada vez más mías y ahora cada vez más lejanas, ese lunar que hace tiempo me olvidó y que ahora se ríe de mí en mi memoria. Pude esbozar la misma sonrisa de hace años, cuando unas manos inexpertas descubrieron ante mí esos pechos inexplorados, los pechos y el lunar que sorprendí trepando por uno de ellos y que atrapé con mi mano izquierda, más temblorosa que la de ella. Pude bromear con la vecina, tratar de limpiar esa mancha a un lado de su mentón, esa que Dios dibujó con un lapiz de punta afilada, con su pulso infalible, ese tan bien colocado y llamativo. Pude recostarme y deleitarme con las constelaciones más hermosas en la blanca espalda de una mujer, olvidarme del tiempo y contar cada estrella en el pequeño firmamento de su cuerpo, tan infinito, retirando las nubes negras de su envidiable cabellera suelta y salvaje para tener una mejor vista de la perfección de su espalda, capturando con chocolate a las estrellas más grandes, chocolate que no necesité la última vez gracias al delicioso bronceado de su piel caliente.
¿Y mis lunares? ¿Alguna los recordará? ¿Volverán a la mente de la chica que casi me arranca uno de una mordida? Y la chica que hurgó en mí hasta encontrar el más escondido ¿volverá a sonreír si lo recuerda? ¿Será que la que intentó contarlos todos se acuerda cuántos contó? La que me dijo que el de mi ojo parece una lágrima ¿creerá que dejé de llorar?... Tengo mucos lunars como para que nadie los recuerde. Dando y dando, que habrá algunos que he olvidado ya...
Hola Alejito, Gatunito...
ResponderBorrarA mí también me encantan los lunares... tú tienes algunos muy bellos. ¡¡Quiero contarlos todos!! descubrir esos escondidos y pintarte algún otro -u otros- con un pincel de chocolate.
Me ha gustado mucho este post señor DeRelicto. Imaginaba como mirabas los lunares de esas chicas, como los tocabas. Ojalá que alguien se acuerde de los tuyos...
Estoy escuchando el disco de Nacho Vegas, me gusta mucho.
Ronroneos en el oído gatuno...
Lunareja ... hasta hace muy poco acostumbraba contarme los lunares de los brazos y D. solía contarme los de la espalda.
ResponderBorrarlinda cosa los lunares. nunca he tenido peleas con los míos. me gustan y los quiero.
Tengo uno de diminuto detrás de mi oreja.
Gatuna.
ResponderBorrarSuena tan bien eso de que a alguien le gusten mis lunares y me los quiera contar todos y descubrir los que tengo escondidos... Pues que así sea... ¿Vienes a visitarme?
Qué bueno que te haya gustado también El manifiesto desastre. A mí me alucinó y lo escucho casi todo el tiempo.
Besos.
Icaro Jr.
Siempre he estado más acstumbrado a contar los lunares y no a que me los cuenten. Debe ser porque uno pone mucha atención en esas cosas, en esos detalles, en las manías de los cuerpos, las cicatrices, los lunares. Tampoco he tenido peleas con los míos, aunque si me corté muchas veces al afeitarme, el que tengo debajo de la nariz, sobre los labios.
¿Cómo sabes del lunar diminuto detrás de tu oreja?
me lo encotraron alguna vez...
ResponderBorrarbesitos gatuno...
ResponderBorrarEste último par de días he estado sometido a una sobredosis de lunares llamativos, sexies, perversos, divertidos, desperdigados sobre una piel blanca... Los miro, los miro de lejos, no hay nada más que pueda hacer...
ResponderBorrarPero qué hermosos son...
y seguro qeu no se puede hacer nada más!!! qué desperdicio
ResponderBorrarSí, segurísimo. Nunca me ha gustado meterme entre dos personas y peor con una situación complicada. Así que lo que hago es mirar y ya... a veces es mejor que cualquier otra cosa, como ver una obra de arte...
ResponderBorrarMás lunares... y recién empieza el año... ¿qué irá a ser de mí?
ResponderBorrarAhora tengo también tus lunares para recordar, los que no puedes ver en tu espalda y los que me enseñas en otros lados... Me gustaron mucho...
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