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Me olvidé de ver las películas


Las primeras líneas de The eternal sunshine of the spotless mind son: Random thoughts for Valentine's day, 2004. Today is a holiday invented by greeting card companies to make people feel like crap... Sentarse frente a la tele, solo, una película por noche… La costumbre, relativamente reciente, para la semana previa a San Valentín parece no haber sido más que una pasajera excusa cinematográfica. Puedo decir esto ahora que, ya que es 14 de febrero, me di cuenta que ni me acordé de las películas, así como tampoco me acordé de otras cosas más relacionadas con la fecha que hoy celebra la gente. Una rosa, mensajes al e-mail, saludos vía messenger, abrazos y sonrisas... Más tarde tendré un almuerzo en la oficina para celebrar el amor. Lo que me atraía de este día era el ciclo de películas que terminaba ahí y que yo mismo programaba, nada más. ¿Cuándo volveré a verlas, si no es en una fecha como ésta?
Siempre es bueno tener algo que lo obligue a uno a hacer ese tipo de cosas, porque lo más probable es que no lo haga sin obligación, como pasa con mi lectura anual de El Principito. Ahora tal vez pase un año hasta que pueda escapar con Philipe Gaston de las mazmorras de Aquila, encontrarnos con el Capitán Navarre e Isabeau, malditos por el obispo, quien condenó a la pareja a no poder amarse nunca más... Después el drama, la lucha y el fin de la maldición. ¿Qué pasará con Alice, Dan, Anna y Larry, con sus diálogos inverosímiles y su dolor real, con sus mentiras, arrepentimiento, la soledad al final y su búsqueda infructuosamente exitosa del amor? Sólo me queda coger la guitarra y darme cuenta que es justo como dijiste que sería. En este punto no sé cuándo me atreva a revivir el romance vía celular, a años luz de distancia, entre Mikako y Noboru, separados por el ataque de los tarsianos, luchando por aferrarse a un sentimiento mientras sus vidas toman rumbos muy lejanos, en el tiempo y el espacio. Y ya que estoy en esas, quiero volver a sentir los roces, las miradas, las caricias disimuladas, las palabras a escondidas y la imposibilidad de juntarse del señor Chow y la señora Chan. Subir a una montaña, encontrar un árbol, hacer un hoyo en su tronco, susurrar ahí el secreto, cubrirlo con barro y guardarlo eternamente... Para sacudirme el arrepentimiento, emprendería un viaje en el tren que sale para 2046 y buscaría recapturar mis memorias perdidas... quién sabe, tal vez me enamoraría de un androide con respuesta retrasada. Aunque en el amor no hay substitutos. Después, muy en la onda, me vestiría con la piel del fantasma y repetiría esa otra escena final, con un beso que duraría para siempre. Curioso por el extraño procedimiento de Lacuna Inc., no le pondría peros al borrado selectivo de mi memoria y tal vez así alcanzaría la libertad, o tal vez sufriría lo mismo que Joel y Clementine, intentando detener el avance del olvido, sólo para intentarlo otra vez. Al final de todo, cerraría el festival con lágrimas en los ojos viendo cómo Ilsa Lund se va con Victor Laszlo mientras Rick y yo recordamos lo que no debemos olvidar.
Ahora, mejor toca prepararse para las horas y horas de las maratones que me esperan con Star Wars, The Lord of the Rings, Evangelion, The Matrix e incluso Seinfeld... Mucho más divertido...

PD: Aunque ya pasó el momento, no puedo quedarme sin nombrar al cuasi affaire de Bob Harris y Charlotte, a la locura casi ebria que embargó a Barry Egan cuando conoció a Lena Leonard o a la perfección de los encuentros de dos desconocidos en un departamento vacío que alquilaron para olvidarse del mundo exterior.

Comentarios

  1. Me sigo dando cuenta que me faltaron algunas películas... ya ni modo, quedarán para el siguiente 14 de febrero...

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  2. Basta con Eternal Sunshine Of A Spotless Mind, un pretexto más para ver una de las tantas decenas de filmografías que topan el tema trillado del amor, pero aquí ya ni siquiera importa el tema sino el tratamiento que se le da a este tema y es impresionante, amor vs. memoria; y no se trata de borrarla sino de conservarla

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  3. A veces ya no sé si quiero olvidar tantas cosas, porque me doy cuenta que las he empezado a olvidar. Detalles que eran tan claros hasta hace poco, ahora son como imágenes de un sueño que tuve hace un tiempo. Nosotros mismo, en nuestro torpe afán de tratar de arreglar el pasado, creamos recuerdos ficticios, cambios sutiles y no tan sutiles a lo que realmente pasó, y la memoria empieza a aceptarlos como verdades. Sobre algunas cosas ya no sé qué pasó realmente y qué inventé para no sentirme tan mal.

    El olvido hubiera sido un regalo en los momentos en los que se me iba la vida en dolor. Ahora, como tantas otras cosas, viene y simplemente lo acepto. Debe ser porque lo que quería olvidar importa cada vez menos...

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